Viktor Frankl: “El hombre en busca de sentido” (artículo)

viktor frankl

Testimonio de una de las peores barbaries de la historia de la humanidad, Viktor Frankl, destacado terapeuta, austríaco y judío, supo sobreponerse a la experiencia de los campos de concentración, de devastadoras consecuencias sobre su entorno más cercano, para fundar una corriente de pensamiento de gran calado, la Logoterapia, que le valió el título de doctor Honoris causa por más de 25 universidades de todo el mundo. Fue un ejemplo de superación y del poder de la voluntad humana para saber sobrellevar y sobreponerse a circunstancias terribles. En este artículo analizamos uno de sus libros más destacados “El hombre en busca de sentido” (ed. Heider), que escribió al poco de ser liberado y que pasó con el devenir de las décadas de libro de escaso éxito a ser considerado en los años sesenta del pasado siglo por la Biblioteca del Congreso en Washington como uno de los 10 libros de mayor influencia de América.


José Benigno, profesor de Psicología de la Personalidad de la Universidad de Navarra, afirma en el prólogo a esta obra que ‘El hombre en busca de sentido’ “merece ser incluido en el catálogo de las obras clásicas que componen el patrimonio intelectual de la humanidad”. Toda una declaración de intenciones que da la medida del valor y trascendencia de este trabajo escrito al poco tiempo de ser liberado (1946) y que adquiere mayor carga al descubrir algunos aspectos de aquella experiencia como la separación de los padres o de su mujer, para más inri, embarazada entonces. Ninguno consiguió superar la arbitrariedad y sinsentido de los campos.

Su madre, Tilly, murió en Birkenau al no pasar la selección pocos días después de otorgarle a su hijo la bendición en el campo de Theresienstadt. En éste, su padre había muerto, a los 81 años y “desnutrido”, de edema pulmonar. La mujer -lo supo tras sobrevivir a varios años de cautiverio y cuatro campos- tampoco volvió a casa. Viktor Frankl fue liberado el 27 de abril de 1945. Emprendió el viaje de regreso en un escenario desolador, sin familia y casi ni amigos ni conocidos, sin trabajo ni hogar. Volvió a Viena donde consiguió encontrar trabajo de neurólogo; era provisional pero le permitía pagar el alquiler de una habitación. Fue en esa habitación y en ese trabajoso y complejo reinicio existencial donde escribió el libro “Un psicólogo en un campo de concentración”.
¿Fue catártico? Probablemente así lo fuera como punto de partida, esfuerzo titánico para digerir, interiorizar, un cúmulo de atrocidades ocurridas ante sus ojos y de las que pudo salvarse en ocasiones por azar y otras, por intuición. En el libro Viktor Frankl asegura que su objetivo era responder a una pregunta central: “¿Cómo afectaba el día a día en un campo de concentración en la mente, la psicología, del prisionero medio?”. Para ello, él -que se pasó la mayor parte de su internamiento como ‘semiesclavo’ trabajando para empresas constructoras cavando y poniendo traviesas para el ferrocarril- dividió la experiencia del prisionero en tres fases: una primera, de llegada al campo; una segunda, de adaptación; y una tercera, tras la liberación.
Todo ello acompañado de aseveraciones contundentes y duras como que “los mejores de nosotros no regresaron a casa”.

La 1a fase: Internamiento en el campo
De esta fase, Viktor Frankl expone cómo en un primer momento la mayoría de los presos abrigaban todavía cierta esperanza en las primeras horas en el campo. No podían creer que verdaderamente aquella realidad pudiera ser tan terrible como habían oído y como más tarde pudieron comprobar. La descripción de la llegada a Awschwitz, tras la lectura del letrero desde el tren que los trasladaba, es demoledora y antecede al primer síntoma de esta etapa: un estado de shock agudo e intenso.

“¡Hay una señal que dice Auschwitz!”. Al oírlo todos sintieron paralizárseles el corazón. Ese nombre evocaba las mayores atrocidades que cabía esperar: cámaras de gas, hornos crematorios y el exterminio”

Seguidamente, una vez en tierra, se enfrentaban a su primera selección. No superarla podía tener consecuencias fatales. Dos palabras, “derecha” e “izquierda”, marcaban la línea entre la supervivencia y la muerte. El 90% de los que llegaron con él fueron a la fila de la izquierda, la que formaban personas “enfermas o incapaces”; cuyo destino “se ejecutaría pocas horas después”. Más tarde tenía lugar un proceso sistemático y avasallador de despersonalización total: se les quitaba todo lo material que pudiera ligarles o recordarles su vida anterior. El impacto sobre el individuo era absoluto. Se trataba de reducir a las personas y su vida interior a la mínima expresión, transformarlos en simples números. Frankl fue el prisionero “119.104”.
Pero aún en estas circunstancias y como muestra del extraordinario instinto de supervivencia del ser humano, los prisioneros todavía, en este primer estadio de internamiento, podían sentir cierta curiosidad por todo lo que acontecía. Según este autor se trataba de “una reacción primaria ante situaciones extremas”. Así, “con ella lográbamos distanciar la mente de la realidad circundante y se facilitaba contemplar lo real con una cierta objetividad”. La cuestión, no obstante, es que esta primera fase apenas duraba unos pocos días.

2ª Fase: La vida en el campo
En esta etapa, lógicamente la más larga, el prisionero se sumía en una apatía existencial, un mecanismo, señala, de “autodefensa” que fijaba “conservar nuestra vida y la vida de los camaradas amigos” como el principal, y casi único, objetivo. Desaparecían emociones básicas como la piedad, repugnancia, indignación u horror. Se desembocaba, explica, en una especie de “muerte emocional”. El hambre era tan aguda que dejaba instintos como el sexual limitados al vacío absoluto; y de paso ponía en entredicho postulados freudianos que otorgaban a esta dimensión del individuo un papel central en la existencia del ser humano. Frankl asegura que el sexo desaparecía incluso de la imaginación. No así el amor. De éste decía: “Es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor (…)”. De las difíciles condiciones en las que transcurría la vida de los prisioneros, explica:

“A causa del alto grado de desnutrición, resultaba lógico que el afán por procurarse alimentos fuese el instinto primitivo dominante, alrededor del cual giraba el resto de la vida mental.(…) Cuando desaparecían por completo las últimas capas de grasa subcutánea, y presentábamos la apariencia de esqueletos disfrazados con pellejos y andrajos, comenzábamos a observar cómo nuestros cuerpos se devoraban a sí mismos. El organismo digería sus propias proteínas y los músculos se consumían; el cuerpo se quedaba sin defensas”

Afirma que no cabía ni una pizca de sentimentalismo pero que había arte y humor. Del primero dice que “improvisaban una especie de espectáculo de cabaret: se despojaba temporalmente un barracón, se apiñaban unos cuantos bancos y se ideaba un programa (…) Reían, alborotaban un poco, a veces dejaban resbalar una lágrima; cantaban, recitaban poemas, contaban chistes satirizando la vida del campo”. Del segundo, del humor, apunta, que se trataba de pequeñas “chispas”, fundamentales como “arma del alma en su lucha por la supervivencia”; ya que, precisa: “Es bien sabido que, en la existencia humana, el humor proporciona el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación”.

Por supuesto, había irritabilidad, el prisionero se sentía “degradado” y experimentaba, de forma inducida, complejos de “inferioridad”. Aún así, reflexiona, la dramática y terrible vivencia de los campos llevó a Frankl a algunas constataciones. Una de las más notorias y conocidas, asociada a su trabajo y a la logoterapia, es su definición de “libertad personal”. A su entender no puede concebirse al hombre sencillamente como la suma de condicionantes de tipo biológico, psicológico y sociológico. Asegura que “las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección (…) El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física”. En esta línea, escribe:

“ Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres que visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal que debe afrontar frente al destino- para decidir su propio camino”. (…) En conclusión, cada hombre, aun bajo unas condiciones tan trágicas, guarda la libertad interior de decidir quién quiere ser -espiritual y mentalmente-, porque incluso en esas circunstancias es capaz de conservar la dignidad de seguir sintiendo como un ser humano”

Llegó a idear, con algún compañero, un plan de fuga que finalmente no llevó a la práctica. Y probablemente hechos como ése o como muchos otros, son los que le permitieron mantener la fe en el futuro. De hecho, afirma, que el prisionero que la perdía estaba condenado ya que entraba en una espiral de dejadez, decaimiento y abandono que los llevaba al “aniquilamiento físico y mental” ya que “los que conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona -su valor y su esperanza o su falta de ambos- y el estado de sus sistemas inmunológicos comprenderán cómo la pérdida repentina de esperanza y el valor pueden desencadenar un desenlace mortal”. Todo esto le lleva a recordar unas palabras de Nietzsche : “El que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”, para llegar después a una definición de existencia, muy repetida como unas de las grandes aportaciones de Viktor Frankl al terreno de la psicología:

“Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea, cumplir con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante particular”

Frankl ejerció en el campo, en momentos concretos, como psicólogo tratando de levantar la moral de sus compañeros y que la esperanza en el futuro no desapareciera del corazón y la cabeza de sus compañeros. Así, asegura en el libro sobre el futuro, que los aún supervivientes “todavía teníamos razones para sostener la esperanza: la salud, la familia, la felicidad, las capacidades profesionales, la fortuna material, la posición social… Todas esas cosas todavía se podían recuperar o adquirir”.
La realidad circundante, en cualquier caso, no lo ponía nada fácil y la actitud de algunos guardias y presos colaboradores, tampoco. Recuerda como, en muchas ocasiones, éstos actuaban como “sádicos” o “brutales y egoístas”. Y esto lo lleva a distinguir dos razas entre los hombres: la de los “decentes” y la de los “indecentes”, asegurando que ambas se entremezclan y que ningún grupo humano está exento de estar compuesto por individuos de uno u otro bando.
Sobre el hombre, a la pregunta sobre quién es en realidad, responde: “Es el ser que siempre decide lo que es”.

Tercera fase: Después de la liberación
La liberación que, como ya se ha dicho, se produce en abril de 1945, empieza por ser concebida como irreal, como un sueño, una mentira, difícil de creer.
El grado de “despersonalización” que habían experimentado les había prácticamente eliminado cualquier forma de sentimiento o emoción. La alegría, propia de un acontecimiento tan trascendental para sus existencias, costaba que surgiera aunque con el paso de los días, las semanas y los meses se iba abriendo paso en el corazón de los prisioneros. Frankl afirma que tenían que volver a aprender a relacionarse y entenderse con sus emociones más básicas y propias de todo individuo.
Aparecía un nuevo comienzo, aunque en un escenario devastador. En el caso de Frankl lo había perdido prácticamente todo: sin familia y casi ni amigos ni conocidos y en el contexto de una Europa arruinada material y moralmente. A pesar de todo ello, consiguió rehacerse aunque con el resquemor o amargura y desencanto propio de la imposibilidad de hacer comprender completamente a su entorno la gravedad de lo que había sufrido en los campos de concentración. También, explica, tuvieron que aprender a no dejarse llevar por las ansias de venganza y a perdonar. Asegura que: “Costaba tiempo y paciencia reconducir a esos hombres a aceptar la verdad lisa y llana de que a nadie le está permitido hacer el mal, ni aun cuando la injusticia se hubiese cebado con él”.

Una nueva vida
Viktor Frankl volvió a la sociedad y consiguió digerir y transformar todo aquel infierno. Fue catedrático de Neurología y Psiquiatría en la Universidad de Viena y director de la Policlínica Vienesa durante 25 años. Fue profesor invitado en diversas universidades como Harvard o Stanford y viajó por todo el mundo impartiendo clases y conferencias. Creó, como ya se ha dicho, la Logoterapia existencial o también conocida como “la tercera escuela vienesa de psicoterapia”. Sus 32 libros fueron traducidos a casi treinta idiomas. Murió en Viena en 1997. //


CONCEPTOS DE LOGOTERAPIA:

Presente y futuro: “La Logoterapia es un método menos introspectivo y menos retrospectivo. Mira más bien hacia el futuro, es decir, al sentido y los valores que el paciente quiere realizar en el futuro”.

Voluntad de sentido: ”De acuerdo con la Logoterapia, la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle sentido a su propia vida. Por eso aludo constantemente a la ‘voluntad de sentido’, en contraste con el principio del placer (podríamos denominarlo ‘voluntad del placer’) que rige el psicoanálisis freudiano”.

El sentido de la vida: “La búsqueda por parte del hombre del sentido de su vida constituye una fuerza primaria y no una “racionalización secundaria” de sus impulsos instintivos. Este sentido es único y específico, en cuanto es uno mismo y uno solo quien ha de encontrarlo.
(…) cualquier análisis intenta que el paciente cobre fuerte conciencia de lo que realmente anhela en lo más profundo de su ser”.

El vacío existencial: “El vacío existencial se manifiesta principalmente en un estado de tedio (aburrimiento). (…) De hecho, en la actualidad, el hastío genera más problemas que la tensión.
(…) con frecuencia, el vacío existencial se presenta bajo máscaras y disfraces. A veces, la frustración de la voluntad de sentido se compensa mediante la voluntad de poder, hasta en su expresión más tosca: la voluntad de tener dinero. En otras ocasiones, el vacío de la voluntad de sentido se rellena con la voluntad de placer. Y eso explica que la frustración existencial suela provocar un desenfreno libidinoso, e incluso que las pulsiones de la libido se mezclen con las agresivas”.

El sentido del amor: “El amor es el único camino para llegar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama”.

Crítica al pandeterminismo: “… el hombre, en última instancia, se determina a sí mismo. El hombre no se limita a existir, sino que decide cómo será su existencia, en qué se convertirá en el minuto siguiente”.

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