Muhammad Ali, ‘la leyenda’

El que está considerado por muchos como el mejor boxeador de la historia, Muhammad Ali murió tras una larga lucha de Párkinson en junio de 2016, a los 74 años. Miles de personas se reunieron en su ciudad natal, en Louisville (Kentucky), para rendirle homenaje y darle el último adiós. Ali trascendió los límites del ring, generando la admiración de infinidad de personas en todo el mundo. Bill Clinton o los actores Billy Chrystal o Will Smith, que lo interpretó en una película sobre el boxeador, se encontraban aquel día entre el séquito fúnebre.

De él se dijeron muchas cosas. Y no todas siempre buenas. Se implicó en multiplicidad de causas, conoció a Malcolm X, colaboró con Martin Luther King, viajó a Afganistán o Irak (durante la primera guerra del Golfo), se plantó y dijo “no” al ejército norte-americano para ir a la guerra de Vietnam, se posicionó a favor de los derechos civiles y contra las injusticias, luchó en pos de la dignidad de la comunidad negra… Y sobre el cuadrilátero, ganó una medalla de oro olímpica, fue tres veces campeón del mundo de los pesos pesados o protagonizó algunos de los combates más épicos y de mayor nivel de la historia de este deporte. Fue innovador, ágil, rápido, técnico. Joan Faus, en el País, escribía por entonces: “Aquí fue enterrada la leyenda, uno de los mayores deportistas de la historia, icono pacifista y de los derechos de los negros, persona irreverente, enérgica e imprevisible”.

Orígenes

La leyenda empezó cuando éste todavía era un niño de doce años que vivía en la Avenida Grand (Louisville), junto a cuatro hermanos, una hermana, un padre pintor de carteles y una madre ama de casa. Cuenta su historia que el robo de una bicicleta roja y blanca es el que generó los ánimos de rabia y revancha para que entrara en el gimnasio que estaba enfrente (Columbus), y Joe Martin, policía y entrenador de boxeo, le aconsejara que antes de ir a pedir explicaciones a nadie aprendiera a defenderse y a luchar.

Unos años después, acabado el instituto y todavía en etapa amateur, fue a los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, donde consiguió la medalla de oro frente al polaco Zigzy Pietrszykowski. La revista Sports Illustrated destacó entonces su gran confianza y “juego de pies”. Por cierto, estuvo a punto de no ir por su miedo a volar. Pidió ir en su asiento equipado con un paracaídas personal.

Sólo cuatro años después, en 1964 ya se proclamó campeón del mundo de los pesos pesados al vencer en Miami a Sonny Liston. Las apuestas le eran completamente contrarias por un contundente 7 a 1 pero rompió con los pronósticos. En ese tiempo, durante la preparación del combate, con solo 22 años, conoció a Malcolm X, entró en la Nación del Islam y se cambió su nombre original, Cassius Clay, de raíz o esencia “esclava” aseguró, por el de Muhammad Ali. No mucho tiempo después la amistad con Malcolm X se truncaría, al separarse éste de la Nación del Islam.

El cambio de nombre no fue bien aceptado en una Norte-américa convulsa, partidaria, por una parte, de la segregación pero, por otra, capaz de celebrar sin reparos los triunfos de sus deportistas negros, sin que esto les representara contradicción alguna. The New York Times recordaba cómo un restaurante de su propia localidad natal le negó, a la vuelta de los JJOO de Roma, un vaso de zumo por su color de piel. Algo más de tres décadas después y con evidentes muestras de un Párkinson avanzado, Muhammad Ali fue el último portador de la torcha olímpica de los Juegos de Atlanta (USA) en 1996. El presidente Bill Clinton, en aquellas fechas, describía al púgil como “un verdadero hombre libre y de fe”, que decidió desde pequeño escribir su propia historia.

Caída en desgracia: Vietnam
La década de los sesenta fue una época convulsa para Ali. Su cambio de nombre, en buena medida, por razones religiosas no sentó bien en un país bastante creyente y le llovieron por ese motivo muchas críticas y comentarios reprobatorios. Pero ese no fue el único motivo por el que la polémica se asentó durante aquellos años en la cotidianidad del boxeador.

En 1967 se negó a combatir en Vietnam, lo hizo como objetor de conciencia, y esto le acarreó una condena que le hizo pasar brevemente por la cárcel, la retirada del pasaporte y de sus títulos conseguidos. Y la pérdida de la licencia para combatir. Aún así, Muhammad Ali resistió esos tres años y medio lejos de los cuadriláteros dedicándose, según la web oficial del boxeador, “a dar discursos en los institutos”.

En 1970 la situación cambió, se restablecieron sus derechos y un año después la Corte Suprema revocó su condena suprimiendo la amenaza que pesaba sobre él de ingreso prolongado en prisión (hasta cinco años).

Un año después, en marzo de 1971 ya se enfrentaba al campeón del mundo, Joe Frazier, en el Madison Square Garden de Nueva York, con el título en juego entre el anterior número uno y el vigente, obtenido tras la condena a Ali. Algunos lo calificaron como “el combate del siglo”. Muhammad Ali presentó batalla pero perdió. Uno de los pocos que sufrió, apenas cinco, frente a más de cincuenta victorias (56) y treinta de ellas por KO en su carrera. En 1974 volvía a ser campeón del mundo.

En todo ese periplo protagonizó combates épicos como el vivido en Zaire contra un joven George Foreman, del que se destacaba su gran fuerza, frente a un Muhammad Ali, técnico, ágil y rápido. El combate llegó hasta el octavo asalto, con un Foreman intempestivo que lo arrinconó contra las cuerdas a base de continuos golpes y embestidas. Todo era parte de una “estrategia para cansarlo”, según dijo, y después lanzarse al ataque. Cuando esto se produjo, Muhammad Ali ganó por KO.

En Manila (Filipinas) también se vivió, durante su segundo reinado del cetro mundial de los pesos pesados, otro de los momentos históricos de este deporte. Era 1975 y fue en otro de los enfrentamientos entre Joe Frazier y Muhammad Ali (el tercero). Entonces el combate llegó hasta el 14º round, con un gran desgaste para ambos. Ganó Ali, pero aseguró al término de la lucha “nunca haber estado tan cerca de la muerte”.

La sorpresa llegó tres años después cuando de forma inesperada, en 1978, perdió el título de campeón frente a un joven Leon Spinks, con apenas siete combates profesionales y campeón olímpico de los semipesados. Perdió por decisión abitral. El segundo enfrentamiento entre ambos no tardaría en repetirse. Se programó para septiembre de ese mismo año (el primera había sido en febrero). Entonces, ya desde el principio se vio que la preparación de Ali era superior, como así se reflejó en el resultado final. El púgil de Louisville se proclamó campeón mundial por tercera vez a los 36 años de edad.

En 1979 y aún en los más alto del boxeo, decidió retirarse afirmando no tener nada que demostrar y haciéndolo de la mejor forma posible: “como campeón”. No osbtante, meses después se desdijo de sus palabras y volvió a los cuadriláteros ya con 38 años, acuciado por dificultades económicas y fuera de forma. Protagonizó varios combates, no demasiado edificantes, y decidió definitivamente reitarse a los 40 años.

En los años setenta escribía el columnista de The New York Times, William Rhoden: “Los actos de Muhammad Ali han cambiado mi forma de valorar la grandeza de un deportista. Tener un gancho demoledor o una gran agilidad ya no es suficiente. Hay que preguntarse: ¿qué estás haciendo por tu gente? ¿Qué estás haciendo para hacer que tu país actúe de acuerdo a sus principios fundacionales?”.

“El deportista más grande del siglo XX”
La percepción y consideración pública del boxeador mutó con el tiempo, convirtiéndose en una de las primeras y principales figuras de prestigio contrarias a la guerra de Vietnam, mandando suministros médicos a Cuba durante el embargo o visitando a Nelson Mandela al poco de ser liberado de la cárcel. También colaboró con Naciones Unidas como embajador de buena voluntad y Amnistía Internacional reconoció su compromiso con los más necesitados. La Casablanca le otorgó la Medalla a la Libertad.
Fue genio y figura dentro y fuera de los rings. Algunas de sus expresiones pasaron a la posteridad. Animó los combates con ‘numeritos’ y palabras altisonantes para, como reconoció tiempo más tarde, participar del espectáculo y teatralidad alrededor del mundo del boxeo. De aquí que se le calificara como rey del “trash talk” (lenguaje basura).

A otro nivel pero también dentro del campo de la oratoria, algunas de sus expresiones todavía se recuerdan y han sido repetidas hasta la saciedad. Una de ellas, recordada por la universidad ubicada desde 1963 donde anteriormente había estado el gimnasio en el que empezó su trayectoria, versa: “No cuentes los días, haz que los días cuenten”. Otras, recogidas en la web oficial, dicen: “Si tu mente puede concebirlo y tu corazón creerlo, entonces puedes lograrlo”. O: “Lo que me mantiene en el camino son los objetivos”.

Su viuda, Lonnie, describía, el día del funeral, a Muhammad Ali como ejemplo de que “la adversidad te puede fortalecer”. Ali creó, después de que se le diagnosticara la enfermedad, un Centro para el Párkinson en Fénix (Arizona).

La revista Sports Illustrated o la BBC lo calificaron como “el deportista del siglo”. Protagonizó 40 portadas de la revista norteamericana, sólo superado por Michael Jordan (50). Barack Obama, abierto admirador del boxeador afirmó: “Tenía una habilidad única y extraordinaria para enfrentarse a las adversidades con fortaleza y coraje, para navegar en la tempestad y nunca perder el rumbo. Nos ha demostrado a todos que con una fe inquebrantable y amor firme, cada uno puede hacer de este mundo un lugar mejor. Él es y siempre será el campeón”. //

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