Cuatro columnas de nueve metros de altura y unas dimesiones y tamaño imponentes y espectaculares son motivo más que suficiente para que se tratase de un espacio masivo, lleno de gente, atiborrado de visitantes sedientos de cultura y de conocer algo más sobre uno de los grandes y más potentes vestigios de la Barcelona romana de hace cerca de 2.000 años de historia. La realidad, en cambio, es que incluso muchos de los vecinos de la Ciudad Condal desconocen su existencia. ¿Su anónimato será algo deliberado?
Difícil de responder a dicha pregunta, lo cierto en cualquier caso es que durante nuestra pequeña visita estos días ya nos encontramos con pequeños grupos de turistas acompañados de guías -eso sí, grupos pequeños seguidos de instructores con pinta de ser más o menos oficiales (aunque eso es solo una conjetura)-. Sea como fuere, poca gente, poquísima para los estándares de Barcelona, una ciudad tomada por visitantes y más en temporada alta, como es en verano.
Las columnas se encuentran dentro de un patio medieval, detrás de la Catedral de Barcelona, en el barrio gótico, en el número 10 de la calle Paradís y dentro de las instalaciones del Centro Excursionista de Catalunya. No son difíciles de encontrar pero tampoco particularmente fáciles. Vaya, que uno no se las encuentra por azar ya que aunque están en una zona muy céntrica de la ciudad, se localizan en un córner algo oscuro y en una calle poco concurrida.
Las columnas, una vez dentro, se alzan imponentes, majestuosas, descomunales. Cuesta creer los enormes esfuerzos que por entonces, en el siglo I a.C. tendrían que realizarse para erigirlas como parte del Templo de Augusto, para gloria del emperador de dicho nombre, y que en aquella época ocupaba un área de 37 metros de largo por 37 de ancho. En la parte frontal se levantaban no cuatro sino seis columnas como las que aquí se pueden observar y admirar coronadas por capiteles corintios. Era una parte fundamental del foro romano que se mantuvo en pie durante cerca de 400 años.
Su decadencia se produjo en el siglo V d.C. cuando fue perdiendo gran parte de sus materiales reaprovechados para la construcción de otros espacios y edificios como, por ejemplo, el palacio del obispo. El centro de poder viró y se desplazó hacia el ángulo norte de la ciudad, cerca de la muralla, y donde se encontraba desde el siglo IV el núcleo cristiano primitivo. En la Baja Edad Media el templo se incorporó a las nuevas casas que se construyeron quedando en algunos casos -como éste- integrado dentro de las mismas. De ahí, que gracias a ello, algunas de sus columnas se preservaran y llegaran hasta nuestros días.
Desde el siglo XV y hasta mediados del XIX se especuló sobre cuál pudo ser la función de dichas columnas. Algunos defendían que se trataba de un gran sepulcro, otros que era parte de un monumento conmemorativo, también hubo quien consideraba que se trataba del tramo final de un acueducto… Al final se llegó a la conclusión que se trataba de parte del templo romano. Su reconstrucción dentro del patio del Centro Excursionista fue obra del conocidísimo arquitecto Luís Domènech i Montaner entre 1901 y 1903. Hoy todavía se puede visitar sin necesidad de entrada. ¿Hasta cuándo?